Me costó mucho dejar Nicaragua.  Venía a un país extraño, dejando atrás mi casa, mi gente, mis amigos, mi rincón acostumbrado.  Peor aún, no había sido mi decisión venirme.  Mi vida estaba en manos del destino que jugaba una broma conmigo y cambiaba el rumbo de mi vida de una forma inesperada.

Cuando vine a Estados Unidos, odié este país.  Quería regresarme.  Me resistía al cambio, y secretamente soñaba que pronto mi familia encontrara cualquier pretexto para poder regresar.  Sin embargo, esa famosa excusa jamás llegó y mis esperanzas fueron entrelazandose con las esperanzas de tantos miles de inmigrantes que creen inocentemente que "en un par de años" regresarán a su respectivo país.

Pasaron los años lejos de mi país y perdí todo contacto con la patria.  Cuando por fin se me presentó el momento y la oportunidad de visitar mi tierra nuevamente, los sentimientos que experimenté fueron nuevos, mezclados e insospechados.   El primer día, sentí una felicidad inmensa, porque de alguna manera, después de tantos años de llevar en mi frente la etiqueta de "extranjera", por fin me sentía que pertenecía a algún lugar.  Me senti feliz, llena, completa.  Mi Nicaragua, mi pedacito de cielo.  Sin embargo, al pasar los dias, me sentí extraña.  No sólo el pueblo había cambiado en sus costumbres y economía, sino que yo era diferente a la muchachita que salió llorando de allá una mañana de enero.  Los intereses de mis compatriotas eran diferentes a los mios.  Los niños que dejé chiquitos, habían crecido y  ni siquiera me recordaban.  Los buenos amigos habían partido.  Y estando en mi hermoso país, tan añorado por tanto tiempo, me sentí sola.  Comprendí entonces que existía en mi una dualidad como inmigrante que había sido arrancada de su tierra.   Extrañaba mi vida del pasado, tanto como mi rutina del presente.  Amaba profundamente ambos mundos, y sin embargo, me sentía que no era de aquí, ni de allá.

Amo profundamente Nicaragua porque es la tierra de mis recuerdos, porque no hay un día que no la recuerde, que no añore su olor y su canto.  Amo mi patria porque mi alma tiembla de emoción al escuchar una marimba o una guitarra. Porque se me hace agua la boca al recordar un buen vigorón o un fresquito de cacao. Porque si 1000 veces escucho canciones como "Nicaragua, Nicaraguita", o la "Viejita de Mozambique", 1000 veces lloro de tristeza y nostalgia.  Y sin embargo, a pesar que amo tanto a Nicaragua, no entiendo su comportamiento.  No entiendo su política, no comprendo porque mi gente acepta tantas violaciones y tantas injusticias.  Me duele ver ver a mi pueblo ultrajado por gobiernos que no merece.

Mi único consuelo es que desde tierras extranjeras, he aprendido a valorar a Nicaragua.  Tenía que retirarme un tiempo para poder apreciarla en todo su esplendor. Tenía que vivir lejos para aprender de lejos su geografía, entender su cultura y reconocer su importancia.  Ya estamos aquí, no se puede retroceder el tiempo, ni se puede cambiar las circunstancias.  Como nica en el extranjero, creo que nuestra misión es darle la mano a nuestra querida Nicaragua, y trabajar duro para no olvidar nuestras raices.

Gracias por hacer este espacio dedicado a nuestras experiencias.

Saludos,

M. I

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